Ayer llegué a casa con un nudo en la garganta.
Contuve muchas lágrimas y muchas ganas durante todo el día.
Supongo que es porque oí muchas veces un «ojalá pudiéramos» y porque contuve muchísimos abrazos también.
Demasiados.
Primer día de curso. Reencuentro con los de siempre, encuentro con los nuevos y esa ilusión tan propia de un primer día de yoga. Palo santo, el altar , las velas, la luz de las ventanas y las respiraciones de los demás.
Pero también vino el protocolo, la entrada y salida por turnos, las marcas en el suelo, las mascarillas, el alcohol.
Distancia. Tan cerca y tan lejos.
Me emocioné muchas veces. Me rompí en algún shavasana.
Tener los grupos llenos y ver cómo tantísimas personas siguen viniendo a compartir y practicar en la sala y cómo las ganas superan a los miedos… es único.
Pero joder, quiero tocaros.
Quiero pasearme por la sala.
Quiero miraros de cerca.
Quiero ajustaros, sentiros y respirar junto a vosotras.
Quiero mucho.
Y no puedo.
Y me parte en dos, no os voy a mentir.
Pero aquí estamos todas. Mis compas de profesión, mis hermanas y yo. Agradecidas por lo que podemos hacer tratando de no pensar en lo que podíamos hacer antes.
Mientras, nos reconciliamos con lo que tenemos. Aceptamos. Seguimos.
Pero esto no es ninguna normalidad, ni nueva ni de ningún tipo. Ya lo he dicho en otras ocasiones.
No voy a normalizar nada de esto.
Nos adaptaremos entre todxs, haremos todo como mejor sepamos y esto también pasará.
Volver ayer a la sala fue un soplo de aire fresco que necesitaba muy muchísimo. Soy muy afortunada por poder hacer lo que tanto me gusta rodeada de gente tan especial.
Veros, escucharos, leer miradas y sonrisas, reírnos y encontrarnos, fue un regalo.
Este post es un agradecimiento para todxs mis alumnxs. Los que vinisteis ayer, los que venís hoy, los que en lista de espera me dais tanto apoyo.
Lo hacéis todo mucho (MUCHO) más fácil y estáis demostrando que el yoga, una vez más, es 24/7 y dentro y fuera de la esterilla.
Os quiero muy fuerte